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Las damas de la Casa Rosada

El papel que cumplieron las esposas de los Presidentes a través de la historia.


La Argentina, que copió el sistema político estadounidense e importó el consecuente culto a la figura del presidente, no tuvo ninguna Jackie Kennedy a la cual venerar. Es decir, no tuvo una primera dama que hubiera trascendido como tal en un espacio propio, ajeno al territorio político de su esposo, lo cual no quiere decir que en el casi medio centenar de mujeres que desde Juanita del Pino de Rivadavia en adelante fueron primeras damas, no haya habido mil historias, cientos de epopeyas de fidelidad, decenas de entretelas conyugales y hasta un par de casos que impresionaron al mundo. No tuvimos Jackies pero estuvieron Eva e Isabel, una convertida en ópera y leyenda, la otra catapultada al Libro Guinness de los Récords al clausurar, viuda, sus días como Vicepresidente y primera dama para erigirse en la primera Jefa de un Estado moderno. Bien distintas, claro, la segunda y la tercera esposa de Juan Domingo Perón fueron, técnicamente, primeras damas. Pero su inscripción en la Historia se debe a que incursionaron -con talento diverso y suerte variada-, en la acción política, algo que en cierta forma las aparta de la serie de esposas presidenciales cuya ambición se colmó en ese pedestal.


La mujer del Presidente (de los casados, porque también están Justo José de Urquiza o Hipólito Yrigoyen, solteros, y Victorino de la Plaza, viudo) llamada a humanizar el poder, ya sea por vía de la simpatía, la elegancia o la beneficencia, nunca la transpiración. La representación femenina, en fin, del ideal social dominante. Mejor lo dijo María Luisa Iribarne de Ortiz en un mensaje titulado "A las mujeres de mi tierra", a propósito de la asunción de su marido como presidente, en 1938: "Ese momento para mí jubiloso (... ), celebraba la mayor satisfacción a que pueda aspirar una mujer, ver reconocidos y premiados los méritos y el patriotismo del hombre a quien consagró su vida".


La rígida idea de la mujer detrás del hombre, franca en el siglo XIX y recién conmovida en el siglo XX por los inigualables desafíos de Eva, es la que gobernó todos los matrimonios presidenciales.


Los Menem fueron los únicos que se separaron estando en el poder, lo cual equivale a decir que antes de Zulema Yoma ninguna mujer había renunciado a la condición de primera dama. Pero la verdad es que el primer Presidente de la Argentina ya había dejado dicho que la pareja estable y el patriotismo son objetivos de difícil amalgama. Cuando Rivadavia se fue a Europa y la dejó  por varios años, Juana del Pino, cual mujer abandonada, se desesperó. Y en una carta le puso: "Estas separaciones que tantos matrimonios han hecho desgraciados en nuestro mismo país, se ven bastante en el día; yo estoy muy distante de pensar que a nosotros nos suceda lo mismo, pero unámonos, mi Díctateur". Se unieron sólo en 1825, cuando Rivadavia volvió para asumir la presidencia al año siguiente. Juanita, hija del virrey Joaquín del Pino, se fue con Bernardino y los chicos a vivir al Fuerte, residencia y sede del poder, donde ya había conocido, de niña, las prerrogativas y los honores que su marido ahora le retaceaba. La guerra con el Brasil precipitó la caída de Rivadavia en 1827 y la convivencia sólo se extendió hasta 1829: Rivadavia se volvió a Europa. Cinco años más tarde se juntaron de nuevo, ya en el exilio, y al tiempo Juanita terminó en un resbalón. Literalmente: un mes y medio después de quebrarse una pierna no soportó más el dolor y se murió. En esos tiempos, ningún locutor oficial hablaba sobre la primera dama en cuanto acto hubiera, entre otros motivos porque nadie conocía a las primeras damas. Y, desde luego, no iba a llamarse así a Dolores Costa, pareja -se diría hoy- de Justo José de Urquiza, con quien tuvo más hijos que con ninguna otra y, además, a éstos sí él los reconoció mediante una ley tratada en sesiones secretas.


Ya se sabe que Domingo Faustino Sarmiento, casado con Benita Martínez Pastoriza, tuvo una vida sentimental tormentosa. El laberinto sarmientino incluyó a su maestra de inglés, Ida Wickershamm, divorciada, 30 años menor que él, aquella que una vez osó escribirle sin rodeos: "¿No puedes dejar la presidencia para venir a pasear conmigo por el lago Michigan?".

El sanjuanino ya transitaba lo que serían tres décadas de relación con la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, Aurelia, acaso su gran amor. Algunos biógrafos creen que Aurelia fue una mujer mucho más interesante que Benita.


Después de que Carmen Nóbrega, la esposa de Nicolás Avellaneda, pasó tan inadvertida para los argentinos como Benita, las dos primeras damas que siguieron resultaron ser hermanas. Sucedió que en 1872 las dos hijas del hacendado cordobés Tomás Funes, Elisa y Clara, se casaron con Miguel Juárez Celman y Julio Argentino Roca, respectivamente. Por eso Juárez Celman sucedió a su cuñado y a la postre dos presidentes tuvieron la misma suegra, cosa infrecuente. Como Roca sumó doce años en la presidencia, Clara Funes acumuló como primera dama el doble de experiencia que las pocas agraciadas con maridos de mandatos completos (como Delfina Vedia de Mitre, Regina Pacini de Alvear y Ana Bernal de Justo).



Con Regina Pacini, portuguesa, hija de un barítono de cierta reputación, se habló de la primera dama mucho más que en cien años de historia. Es que ella ya era una soprano muy conocida cuando se vinculó a fines de siglo con Marcelo Torcuato de Alvear, joven rico y aristocrático. Había cantado en los teatros Opera y Politeama y en otras grandes salas del mundo. Parece que antes de su noviazgo con Alvear, en Rusia un miembro de la familia del zar le ofreció matrimonio y que, con buen tino, ella rehusó. Pero Alvear necesitó doble esmero para conquistarla y casarse. La alcurnia porteña despreciaba a Regina, como lo corroboró la carta firmada por 500 amigos y correligionarios que le escribieron a Alvear para expresarle que ella no era la indicada. En esa época, el ingreso de una cantante lírica a la alta sociedad no estaba previsto. Al final, la señora de Alvear, que llegó a primera dama en 1922, dejó atrás el escándalo. Dejó también, como legado de su paso por el poder, la Casa del Teatro, que fundó en 1927 con parte de su fortuna. Ciertamente sobrevivió a su esposo: tenía 94 años cuando murió, en 1965.


Mujeres con obvia posibilidad de ejercer influencia, la mayoría de las primeras damas de la era moderna desplegaron un papel secundario, protocolar o decorativo, más o menos a gusto o visiblemente incómodas. Pero a los historiadores nunca les fue fácil develar los secretos del dormitorio presidencial para medir su influencia. Que las primeras damas muchas veces estuvieron en la cocina de la Historia lo supo como nadie Elena Faggionato, la esposa de Arturo Frondizi, cuando improvisó un bife de chorizo para el Che Guevara, el día en que el entonces ministro cubano visitó en secreto la residencia de Olivos. A Silvia Martorell de Illia, Chunga, el de mera dama no le sentaba bien. Le disgustaban los actos y las fotos. Mujer sencilla, de perfil muy bajo, que creó una comisión nacional de asistencia a la niñez, se enfermó gravemente en 1966 y debió ser llevada a los Estados Unidos para ser operada. Cuando volvió, el 10 de Julio, ya no era más la primera dama: su marido acababa de ser derrocado. La esposa de Illia falleció a los 48 años, tres meses después del golpe de Estado de Juan Carlos Onganía.


Las mujeres de los Presidentes militares, más disciplinadas en materia de protocolo, hicieron escasas contribuciones, en general, a la historia, al menos, en términos conocidos. Alicia Raquel Hartridge de Videla, hija de un marino inglés, tuvo la ocasión de vivir cuatro años en Olivos, es decir, más que cualquier otra mujer desde 1962 en adelante. Aunque la esposa del dictador Jorge Videla contó una vez que sólo había redecorado la residencia con platería criolla, las reformas las dispuso su marido: lo primero fue sacar de allí los féretros de Perón y Eva. Se ignora si su interés por la paz se lo había comentado antes a su marido, condenado tres años después a prisión perpetua por secuestros, homicidios y torturas. Lo ocurrido desde fines de 1983 hasta hoy es conocido: Lorenza Barreneche, la mujer de Raúl Alfonsín, cultivó durante cinco años y medio un perfil bajo y desapasionado; Zulema Yoma fue echada de Olivos; Zulemita entregada para los viajes internacionales como virtual primera dama y, desde el 10 de Diciembre de 1999, Inés Pertiné de De la Rúa, la primera dama en mucho tiempo que reconoce opinar sobre los asuntos políticos delante de su esposo. "Yo opino, pero después él hace lo que quiere."

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