Entre la muerte y la deshonra
Traductores y intérpretes de la conquista de América. |
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Por Alejandra Laporte * ..... |
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Introducción
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Cuando la civilización dejó de ser civilizada
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Diego Colón
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Julianillo y Melchorejo
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Doña Marina
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Felipillo
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Antonio
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Sacajawea
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¿Traduttore, traditore?
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Conclusión
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Referencias bibliográficas
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1. Introducción
En general, los traductores e intérpretes tratamos de perfeccionarnos con miras al futuro desempeño de nuestra profesión. Tomamos todo curso que se encuentre a nuestro alcance para cultivar nuestros conocimientos y así poder ejercer nuestra actividad de la mejor manera posible. Vista con los ojos del siglo XXI, se podría decir que nuestra labor, dentro de todo, es tranquila y no ofrece demasiados desafíos más que los propios de lidiar con el idioma y con clientes caprichosos. Pero, si nos paramos sobre una línea del tiempo a la altura de principios del siglo XVI, nos encontramos con la conquista de América en su apogeo, cuando interpretar no era una fuente de ingresos sino una cuestión de vida o muerte. ¡Cuán triviales sonarían nuestras preocupaciones a oídos de esos indígenas!
En la actualidad, la vorágine de la globalización nos está insensibilizando, nos hace estar pendientes de nuestro futuro sin reparar en el pasado, nos vuelve materialistas y dejamos de lado nuestro espíritu, nuestra esencia, nuestros orígenes. Ponemos mucho énfasis en el porvenir y nos olvidamos de aquellos personajes del pasado a quienes le debemos agradecer la existencia de nuestra carrera: personas que debieron renunciar a su vida cotidiana para permitir que, aunque sea por un momento, no existieran límites entre dos mundos completamente diferentes, acercando dos tierras separadas por un océano y años de desarrollo. Entonces, si les debemos tanto, ¿por qué no dedicarles tan sólo unos minutos de nuestro tiempo? Partiendo de algunas civilizaciones orientales pero haciendo especial hincapié en el Nuevo Mundo, el presente trabajo tiene por objeto rendir tributo a los traductores e intérpretes de América en la época de la conquista que debieron darle la espalda a sus pueblos para convertirse, sin haberlo percibido, en los precursores de nuestra profesión en el continente.
2. Cuando la civilización dejó de ser civilizada
El surgimiento de nuestra profesión se debió, en primera instancia, al imperio babilónico fundado en el milenio III a.C.. Las primeras traducciones e interpretaciones tuvieron lugar con motivo del conflicto entre los súmeros "que tenían escritura cuneiforme, aglutinante, con principios de representación gráfica de las ideas" (Tanoue, 1981:11) y los semitas, cuya lengua tenía base fonética. Con el correr del tiempo, el rol de los traductores e intérpretes fue consolidándose gracias a los movimientos políticos y bélicos de los emperadores. Posteriormente, durante la segunda época del imperio babilónico, los intérpretes y traductores adquirieron mayor relevancia: junto con los sacerdotes, llegaron a formar parte de la clase social más alta, seguidos por los guerreros, los agricultores, los artesanos y los esclavos. (¡Cuán distinto sería el trato que recibirían los traductores e intérpretes siglos después en América!). Esta importancia se debió a su fundamental participación no sólo en las actividades políticas y bélicas de los monarcas sino también en el intenso comercio entre Oriente y Occidente. Estas relaciones comerciales trajeron consigo el dominio de las lenguas extranjeras, la difusión del propio idioma y la consecuente formación de aquéllos vinculados al ámbito de la traducción y la interpretación.
Por su parte, la civilización hitita (entre 1900 y 1200 a.C.) también contribuyó al nacimiento de la profesión gracias a la gran tarea política y diplomática de sus hombres. El idioma acadio fue ampliamente difundido hasta dar lugar al Kentum, la lengua diplomática común de aquellos tiempos. Además, tenían por costumbre traducir todo mensaje y orden impartida a los idiomas de los pueblos conquistados. Así, las razas y lenguas se mezclaron preparando a la región para la aparición de las civilizaciones occidentales. Antes de avanzar en la línea del tiempo y adentrarnos en el Nuevo Mundo, cabe destacar que los chinos también colaboraron desde más allá de los montes Zagros. En primer lugar, las esclavas procedentes de la actual región de Turquía y Arabia que eran obsequiadas a los emperadores chinos por los pueblos vecinos, se convertían en hábiles intérpretes una vez que regresaban a sus tierras. Además, la capital del imperio chino, Cheng-An, adoptó un aire internacional por el gran número de extranjeros que se dedicaban a la traducción e interpretación. “La ciudad presentaba un aspecto cosmopolita; los centros de reuniones públicas y los lugares de diversiones estaban llenos de extranjeros” (Tanoue, 1981:14). Finalmente, resulta relevante destacar que se creó un régimen de becas que apuntaba al aprendizaje y la difusión de la lengua y la cultura china.
Varios siglos después, ya en la era cristiana, pese a los obstáculos impuestos por la caída del Imperio Romano Oriental, la muerte de Constantino, la expansión del Imperio Turco hacia Europa y la consolidación de su poder hasta la batalla naval de Lepanto, resultaba imperioso para los europeos conservar la fuente de ingresos que representaba el comercio. Así, muchos hombres partieron en busca de un camino alternativo al paso por el continente y pronto, Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Francisco Pizarro y tantos otros anclaron en las costas de una tierra extraña pero a la vez fascinante, anónima para ellos pero hogar para sus nativos. Poco a poco fueron tomando posesión de lo ajeno, apropiándose no sólo de sus frutos, de sus animales, de su gente, sino también de sus raíces. A la fuerza, intentaron imponerles sus hábitos como si se tratara de gente bárbara que necesitaba una guía para vivir en una sociedad de manera organizada. Los europeos los tildaron de salvajes y, mientras arrasaban con sus costumbres y destruían sus familias, se proclamaban “civilizados”. Se declaraban católicos fieles pero en ningún momento se les cruzó por la mente poner en práctica la famosa “palabra de Dios” (¿y encima pretendían evangelizar...?). Otros buscaban comerciar pero todos compartían una necesidad: comunicarse, y al igual que en la antigüedad, para cada acción o movimiento se valieron de intérpretes y traductores ya que, por ejemplo, en México se estima que se hablaban 80 lenguas.
Tenían dos opciones: aprender el idioma nativo o lograr que los nativos aprendieran español. Sin duda, optaron por la más cómoda: que ellos aprendan. Para esto, embarcaban un grupo de aborígenes hacia España, donde se acostumbrarían y entenderían el español para luego regresar. Claro está que muchas veces sus objetivos no se concretaban. Los nativos morían en el viaje debido al cambio de tierra, clima o alimento; otras veces regresaban para huir; y aquéllos que permanecían junto a sus señores dejaban de ser útiles cuando los conquistadores se encontraban con un idioma nuevo. En 1526, las Ordenanzas Reales legitimaron este mecanismo, autorizando a “tomar” en cada viaje una o dos personas para lenguas “y otras cosas necesarias en tales viajes” (Pottier, 1983:99). Así, surgieron personajes que prestaron servicio al enemigo por miedo a perder un hijo, un hermano, un padre, la vida. Cada uno de ellos, actuó como eslabón entre los europeos y los nativos, como el puente necesario para unir culturas tan dispares.
2.1. Diego Colón
Ántes de zarpar de regreso a España en su primer viaje, Cristóbal Colón tomó de Guanahani a varios jóvenes nativos de la tribu "Taíno" para que aprendieran castellano. Simplemente llegó y, con el poder que le confería Dios en la figura del rey de España, creyó que tenía el derecho de disponer libremente de ellos. A uno lo bautizó Diego Colón y, en sus posteriores viajes, lo utilizó como intérprete y guía. De esta manera, Colón dio inicio a la costumbre española de bautizar y dar nombres católicos a los indígenas cautivos. Tal vez como parte de la evangelización o tal vez como gesto de superioridad, lo cierto es que se convirtió en una práctica muy común entre los conquistadores y así comenzó el lento pero finalmente exitoso proceso de cambio de identidad.
2.2. Julianillo y Melchorejo
Francisco Hernández de Córdoba, terrateniente próspero de Cuba que llegó a la isla hacia 1511, se embarcó hacia tierras desconocidas con un centenar de hombres. Transcurrieron 21 días hasta que finalmente avistaron un poblado en la costa de la actual Isla Mujeres. Fueron atacados por los indígenas y, como resultado, 15 españoles murieron y 2 nativos fueron tomados prisioneros. Al igual que Colón, recibieron nombre español: Julián y Melchor y, bajo el " seudónimo" de Julianillo y Melchorejo, se convirtieron en los primeros intérpretes de Méjico ya que dominaban la lengua maya y, con el tiempo, aprendieron el español. Hernández de Córdoba y su tripulación, siguieron costeando la península de Yucatán. Días después, tocaron la bahía de Campeche, donde, agobiados por la sed, desembarcaron en busca de agua fresca. Mientras llenaban sus toneles, un grupo de jefes indios se acercó en procura de una explicación a su presencia en la zona. Fue entonces cuando Julianillo y Melchorejo entraron en escena y, una vez que el tema fue aclarado, los españoles se retiraron sin inconvenientes. Sin embargo, el viaje de regreso a Cuba fue una verdadera odisea y la llegada, un milagro. En el camino se toparon con distintas tribus de nativos y, en los enfrentamientos, muchos españoles murieron; el resto resultó gravemente herido y murió una vez en La Habana; y, como de costumbre, el destino de los intérpretes fue incierto.
2.3. Doña Marina
Cuando Hernán Cortés desembarcó en las costas de Méjico en 1519, sus hombres dieron con Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, quienes habían convivido con los mayas durante 7 años. Sin embargo, sólo Aguilar quiso partir con Cortés y, gracias a su dominio de la lengua maya, se convirtió en su intérprete. No obstante, a medida que Cortés avanzaba en su empresa, Aguilar perdió relevancia como intérprete puesto que se adentraban en territorios de nuevas lenguas. Fue entonces cuando entró en escena Malintzin, una indígena azteca conocida como Doña Marina por los españoles o La Malinche por los aztecas. En su libro Historia de la Conquista de Mejico , Prescott señala que Cortés era llamado "Malinche" -que traducido significaba "Capitán- y considera que, en consecuencia, "La Malinche" significaría "la mujer del Capitán".
Cuando los caciques de Tabasco la obsequiaron a los españoles, Doña Marina tenía tan sólo 15 años. Su padre había muerto y su madre volvió a formar una pareja y, como Malintzin se había convertido en un inconveniente para su nuevo padre, fue vendida como esclava. Pronto, los españoles se dieron cuenta que dominaba las lenguas náhuatl -el lenguaje de los aztecas- y maya. Así, se convirtió en la intérprete y amante de Cortés y, junto a Jerónimo de Aguilar, formó parte de todos los negocios de los españoles: ella traducía del náhuatl al maya y él del maya al español. Como consecuencia, la gente de Cortés se veía beneficiada porque, según lo relata Lodares Marrodan (2001), la información a la que tenían acceso, les permitía anticiparse a la estrategia de sus enemigos, pactar con ellos ventajosamente, dividirlos o engañarlos. Ese sistema de cadenas de intérpretes fue ampliamente utilizado durante la época de la conquista del continente americano (ver 2.6). Por ejemplo, durante su expedición por el suroeste de América del Norte (1539-1541), Hernando de Soto, el comerciante de esclavos español, secuestraba indígenas de distintas tribus para organizar la cadena de interpretación de mensajes que finalmente Juan Ortiz, su intérprete, le transmitía.
2.4. Felipillo
En busca de la riqueza de los Incas, Francisco Pizarro navegó hacia el sur, a lo largo de la costa de Perú. Una vez en Tumbes, la ciudad favorita de los Incas, Pizarro capturó a tres indígenas a quienes se les enseñaría el español y se los prepararía como intérpretes. Uno de ellos fue bautizado con el nombre de Felipe y, en 1530, acompañó a Pizarro a Cajamarca. Profesando amistad, Pizarro atrajo al emperador inca hacia el campamento español donde lo tomó como prisionero y, aunque el líder inca cumplió sus promesas a cambio de su libertad, fue ejecutado. Felipillo tuvo en sus manos un arma de doble filo y la utilizó sin vacilar. (Ver 3).
2.5. Antonio
Otro nativo que fue capturado con el objeto de ser sometido al aprendizaje del español fue el indígena malbalá, Ays, quien fue fue bautizado con el nombre cristiano de Antonio y enviado a Buenos Aires para su formación y posterior desempeño como lengua.
2.6. Sacajawea
Nacida en 1787, al este del actual estado de Idaho, Estados Unidos, Sacajawea, hija del jefe de la tribu shoshone , fue raptada por la tribu enemiga hindatsa . Más tarde, fue comprada por un comerciante de pieles franco-canadiense llamado Toussaint Charbonneau, con quien se casó. En 1804, su marido fue contratado como intérprete por la expedición Corps of Discovery , ordenada por el Presidente Thomas Jefferson y liderada por Merriwether Lewis y William Clark, que iba en busca del Océano Pacífico. Sacajawea partió junto a su marido y al resto del equipo en 1805. Una vez más, debido a la diversidad de pueblos indígenas que los colonizadores encontraban en su camino, apelaron a la cadena de interpretación: Sacajawea traducía el mensaje de la lengua shoshone a la hidatsa para su marido, quien lo transmitía en francés a Francois Labiche, otro explorador e intérprete que, a su vez, se lo comunicaba en inglés a Lewis y Clark. Sin embargo, pese a la trascendencia de estos traductores e intérpretes en los asuntos europeos, nadie recibió un merecido reconocimiento. No obstante, Lewis y Clark plasmaron su eterno agradecimiento a Sacajawea en un río de Montana que hoy lleva su nombre.
3. ¿Traduttore, traditore?
Pero no siempre las historias son color de rosa. Si bien hoy en día, algunas veces nos debemos decidir entre aplicar nuestro criterio en una traducción u obedecer las instrucciones del cliente, estos intérpretes se debatían secretamente entre la lealtad a su pueblo o su vida. Defraudar a la propia raza era un acto inaceptable, imperdonable, un delito que merecía castigo o, inclusive, hasta la misma muerte. Tal vez es por este motivo que nunca se supo de algún nativo que hubiera regresado a su hogar luego de cumplir su ciclo como lengua. Los italianos lo sentenciaron en algún momento de la historia: "Traduttore, traditore" ("Traductor, traidor"), y los indígenas americanos, ajenos a la lucha entre los sentimientos y la realidad del intérprete, no hicieron más que revalidar esta frase al no darse cuenta que sus hermanos deseaban cumplir con las órdenes de los españoles para no perder la vida y poder, luego, servir a su pueblo con total libertad.
En sus orígenes, esta máxima hacía referencia a aquellas personas que traducían la Biblia a otro idioma que no fuera el latín o el griego, pese a que se prohibía para evitar nuevas interpretaciones de la palabra de Dios. Lo mismo ocurría hasta hace poco tiempo en el caso del Corán: los musulmanes consideraban la traducción como una traición porque, para imponer la religión y el idioma, sostenían que Alá lo había dictado en árabe. Pero, en América, no se trataba de religiones. Era una lucha "unilateral" por un territorio, cuyo dominio nunca debió estar en duda. Aun así, los nativos se vieron obligados a defenderlo con uñas y dientes y, en consecuencia, nunca comprendieron a los intérpretes indígenas que, a sus ojos, eran aliados del enemigo.
Se podría decir que "La Malinche" fue uno de los intérpretes más famosos de la Conquista. Gracias a ella, Cortés pudo negociar en lugar de asesinar y los españoles introdujeron el Cristianismo, intentando dar fin al sacrificio humano y el canibalismo. En una carta conservada en los archivos de España, Cortés reconoce su trabajo: "Después de Dios, le debemos la conquista de la Nueva España a Doña Marina". No obstante, para los nativos, intérprete era sinónimo de traidor porque consideraban que el lengua debilitaba la confianza en sus líderes, introducía el caos, daba lugar a divisiones internas y, en síntesis, permitía la caída de grandes civilizaciones. A Malintzin le tocó ser la instigadora de la destrucción del Imperio Azteca. Trató de esquivar la muerte y debió soportar la indiferencia y el desprecio de un pueblo que, enceguecido por las ansias de libertad e insensible a su sufrimiento, no percibió su angustia. Como consecuencia, en Méjico actualmente se utiliza la palabra "malinchista" para denotar a aquella persona que desprecia a los mejicanos. Víctima del abandono, se entregó por completo a Cortés, quien al menos la valoraba como mujer y colaboradora.
Por el contrario, Felipillo se ganó esa fama en buena ley. Aprovechó su papel de intérprete para dar lugar al más cruel e injusto asesinato. Enamorado de una de las mujeres del emperador inca, Atahualpa, creyó que al deshacerse de él tendría el camino libre y, en cuanto se presentó la oportunidad, no titubeó ni un instante en implementar su perversa idea. Corría el año 1532. Pizarro había logrado engañar a Atahualpa para que pernoctara en Cajamarca como invitado. El fraile Vicente de Valverde, seguido por Felipillo, salió al encuentro del inca y sus hombres. Con un breviario en una mano y un crucifijo en la otra, le explicó la doctrina de la Trinidad y le exigió que recibiera a los españoles amablemente, abandonara sus creencias terrenales, aceptara la Cristiandad y reconociera a Carlos V como su señor. Felipillo "trató" de traducir el discurso: "Los cristianos creen en tres dioses y uno más, son cuatro". Pese a esto, Atahualpa comprendió la idea central de admitir la supremacía de otro y respondió: "Me niego a ser el vasallo de cualquier hombre. Su emperador podrá ser un gran hombre y me gustaría tenerlo como hermano. (...) Pero mi fe nunca cambiará". Tomó el breviario, lo hojeó y lo arrojó al suelo en un gesto de enojo. Indignado, Valverde le solicitó a Pizarro que atacara. La masacre duró aproximadamente dos horas y, como resultado, Atahualpa fue tomado prisionero.
Para recobrar su libertad, el emperador inca le hizo un oferta a Pizarro: si Pizarro lo dejaba libre, él llenaría de oro la habitación donde pasaba sus días en cautiverio. Promesa aceptada: el oro entraba a la ciudad día tras día y se acumuló rápidamente. Sin embargo, comenzaron a surgir rumores de que Atahualpa estaba organizando un levantamiento y, para evitar el descontento y la perturbación de sus soldados, Pizarro decidió someterlo a juicio. El inca fue acusado de adulterio e idolatría, poligamia abierta e intento de rebelión contra los españoles. Se interrogó a varios indígenas " “y sus testimonios, filtrados a través de la interpretación de Felipillo, recibieron un color muy distinto al original" (Prescott, 2001:973). Finalmente, fue declarado culpable y quemado vivo en la gran plaza de Cajamarca. En cuanto a Felipillo, según algunas fuentes, durante la expedición a Chile, Diego de Almagro lo ejecutó en la horca, después que el indígena confesara haber corrompido las declaraciones efectuadas a favor de la inocencia de Atahualpa.
4. Conclusión
De esta forma, se podría afirmar que el punto de partida formal de la carrera tuvo lugar entre los chinos ya que, a través del sistema de becas, se estaría reconociendo por primera vez el valor de esta actividad como herramienta útil, y muchas veces esencial, para la actuación del hombre dentro de una sociedad. Además, es admirable observar cuán significativa era la formación de traductores e intérpretes sobre la base de la estrecha relación entre el idioma y la cultura, enseñanza que hoy en día no se imparte en las universidades de Argentina con la misma importancia de aquellos tiempos y que resulta vital para el posterior desempeño de los graduados.
Pese a esto, a lo largo de la historia es posible ver que su desarrollo sufrió altibajos. Si bien los intérpretes y traductores en Babilonia llegaron a ocupar una de las clases sociales más altas y, luego, los orientales aportaron el toque de seriedad que le hacía falta a la especialidad para comenzar a convertirse en una profesión, muchos años después, en la época de la conquista, los traductores e intérpretes indígenas vivieron rodeados de desprecio... desprecio que les profesaba su gente por considerarlos traidores y los europeos por creerlos inferiores. Sin embargo, debieron cubrir su espíritu de acero para soportar los desafíos que la vida les imponía día a día, cuando con cada palabra se decidía el destino de su pueblo y, en su interior, se continuaba debatiendo la lucha entre la muerte y la deshonra.
- Referencias bibliográficas
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Lodares Marrodan, J. R. (2001). Gente de Cervantes. Madrid: Taurus Ediciones SA.
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Sosa Esquivel, J.
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Tanoue, T.
Capítulo I. En Witthaus, R. (1981) Régimen Legal de la Traducción y del Traductor Público. Buenos Aires: Abeledo Perrot.
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Pour citer cet article :
* Laporte, Alejandra. Entre la muerte y la deshonra: Traductores e intérpretes de la conquista de América. HISTAL [en ligne] janvier 2004. (article consulté le [date]) <adresse URL>
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