historias, leyendas, Armando, Maronese, Mar del Plata,

JESÚS, ¿cuándo nació?

Ø       Se sabe que no fue el 25 de diciembre y también se calculó mal el comienzo de la Era Cristiana.

Ø       ¿Por qué la Iglesia primitiva no se preocupó por establecer la fecha cierta?.

Ø       Es un tema que queda abierto.


Durante siglos se representó al niño Jesús desnudo en brazos de la Virgen. Es una escena improbable.

En Belén en el mes de diciembre, hace muchísimo río, sobre todo si Él nació en una cueva como dice el evangelista.

Las circunstancia de su nacimiento, son misteriosas y discutidas. Todavía se ignora, por ejemplo, en que preciso momento de la historia se produjo su anunciado alumbramiento.

Las discrepancias que hay sobre el verdadero día de su advenimiento, son más abundantes que las coincidencias. Y tal vez haya que resignarse a que las cosas sigan así hasta el fin de los tiempos, ya que resulta casi imposible, al menos desde el punto de vista científico, reconciliar la historia con la teología.

Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, dice la parábola bíblica. Quizás se deba situar en este contexto, entonces, los contradictorios sucesos que rodean el divino nacimiento de Jesús.

Durante siglos, los profetas habían anunciado al pueblo judío la llegada del Mesías; pero finalmente, cuando ese acontecimiento se produjo, pasó casi inadvertido, a tal punto que no quedaron registros que indiquen con claridad –tal cual ocurría con los príncipes y los personajes importantes de la época-, en que año vino Jesús al mundo.

En su tiempo, ninguno de sus discípulos tampoco se preocupó demasiado por averiguarlo. Sólo dos de los cuatro evangelios, hacen referencia a su nacimiento. Son los de Mateo y Lucas, en tanto que Juan y Marcos, lo ignoraron totalmente.

¿Por qué ocurrió eso? Seguramente no por indiferencia. A la muerte de Cristo, la Iglesia estaba tan ocupada en difundir su mensaje, en celebrar su resurrección de entre los muertos, que no le quedó espacio para ocuparse de otra cosa. Hubo que esperar hasta el siglo VI para que un monje llamado Dionisio el Exiguo, estableciera, por orden papal y apelando a las matemáticas, el año exacto en que Jesús vio la luz en este mundo.

A partir de ese instante –era el año 525 después del nacimiento-, comenzó la Era Cristiana, desplazando para siempre, las viejas normas de datación que se usaban desde la fundación de Roma.

Pero Dionisio cometió varios errores de cálculo y lo hizo nacer después de su tiempo. En realidad, según cómputos mas recientes, Jesús nació a fines del año 7 o a mediados del 6 antes de su propia era.

No es la única paradoja: como ya se verá, es posible que estemos viviendo en el año 2011 en vez del 2004.

Si el año de nacimiento es dudoso, tampoco se sabe el día preciso en que vino al mundo. Resulta altamente improbable que haya sido el 25 de diciembre, como se celebra actualmente. También se discute si fue en esa ciudad de Belén, situada al sur de Jerusalén, en Judea, donde en verdad nació Jesús.

Algunos estudiosos dicen que el alumbramiento se produjo en otro Belén que existía en aquel tiempo, situado en Galilea, muy cerca de Nazareth.  Si ello fuera cierto, se negaría que Jesús fuese de la estirpe de David, de cuya casa –oriunda de Belén de Judea-, iba a nacer el Mesías, según aseguraban las profecías.

Parecen demasiadas incongruencias para una historia tan luminosa. Quizá haya que remontarse a los primeros años después de la muerte de Cristo para entender porqué la Iglesia primitiva no se preocupó demasiado por estos temas, que hoy son fundamentales para los cristianos de todo el mundo.

Antes que nada, conviene recordar que Jesús vivió en un tiempo terrible. Palestina era, ya en esa época un polvorín que saltaba de un estallido al otro. Los judíos, dueños de una densa historia propia, nunca se resignaron a la dominación romana y por eso se levantaron en armas muchísimas veces contra sus opresores, los romanos.

El mismo año del nacimiento de Jesucristo –según la fecha establecida por Dionisio-, un caudillo llamado Judas de Galilea, se apoderó de un arsenal real y con esas armas pertrechó una fuerte guerrilla que luchó fieramente contra los romanos durante muchos años.

Judas sostenía que los judíos no debían reconocer a otro rey que Yahvé, su Dios, y por lo tanto no tenían que pagar impuestos a los romanos. Con ésta bandera llevó a cabo sus más audaces combates, en los cuales siempre fue derrotado por las legiones de Roma.

No se conoce como finalmente murió Judas de Galilea, pero sí se sabe que sus descendientes integraron una misma estirpe de líderes rebeldes que pelearon contra los invasores hasta el año 73 d.C.; dos de sus hijos fueron crucificados y un tercero reclamó la condición de mesías al principio de la revolución del año 68 d.C.

Además, los impuestos que imponían los romanos sobre el pueblo de Israel, eran confiscatorios y la inflación galopante. Los campesinos tenían que entregar a Roma el 25 por ciento de sus cosechas y además, pagar un impuesto del 22 por ciento sobre el resto, a los sacerdotes del templo judío.

No era extraño que las muchedumbres se rebelaran ante esa situación de permanente despojo. Los Evangelios no lo registran, pero Jesús pasó la mayor parte de su vida en teatro central de una de las rebeliones guerrilleras más feroces de la historia. Incluso después de su muerte, los judíos llegaron a lanzar una insubordinación general que requirió la intervención de seis legiones romanas al mando de dos futuros emperadores –Vespasiano y Tito-, para poder sofocarla.

Decenas de autoproclamados mesías militares, de carne y hueso, prometían a los judíos el cumplimiento de las profecías, que afirmaban que ningún pueblo gobernaría sobre ellos y que, en cambio, sería Israel quien gobernaría sobre las naciones. Estos caudillos lideraban una permanente y obstinada guerra de liberación.

Contaban con el apoyo popular, porque no sólo buscaban restaurar la independencia del Estado judío, sino que además prometían eliminar las desigualdades económicas y las injusticias sociales que el dominio extranjero había llevado a límites intolerables.

El mensaje de paz de Jesús, su estilo de vida y el de sus seguidores –dice el historiador estadounidense Marvin Harris-, se desarrolló en medio de esta guerra de guerrillas y en los mismos distritos de Palestina que fueron los centros principales de la actividad insurgente, aparentemente en contradicción total con las tácticas y estrategias de las fuerzas de liberación.

Duda, al analizar el mensaje de Jesús en el contexto de las religiones pacifistas, que eso haya sido estrictamente así. Para él, Jesús y sus seguidores formaron parte de la permanente insurgencia judía contra los romanos. Hace un ejercicio muy interesante. Anota las ambigüedades en que incurren los evangelistas y compara entre sí, las presuntas contradicciones que hay en los Evangelios. Algunas de ellas son:



Ø       "Bienaventurados los que hacen obras de paz." Mateo 5:9

Ø       "No os imaginéis que vine a poner paz sobre la tierra. No vine a poner paz sino espada." Mateo 10:34

Ø       "Si uno te abofetea la mejilla derecha, vuélvele también la otra." Mateo 5:39

Ø       "¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino más bien la división." Lucas 12:51

Ø       "Todos los que empuñan espada, a espada perecerán." Mateo 26:52

Ø       "Quien no tenga espada, venda su manto y cómprense una." Lucas 22:36

Ø       "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen." Lucas 6:27

Ø       "Y habiendo hecho un azote de cuerdas, los echó a todos del templo... y desparramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas." Juan 2:15


El historiador Paul Johson, dice que si se eliminaran las contradicciones que evidentemente hay en los Evangelios, quedaría un Jesús debilitado, incapaz de trascender su propio tiempo. De todas maneras, sostiene, es posible entender cada una de las ambigüedades y cada una de las contradicciones si se las examina desde el punto de vista histórico y también canónico.

Quienes escribieron los Evangelios, estaban únicamente preocupados –en esa época de guerrilla y revoluciones-, en llevar la palabra del Hijo del Hombre a los judíos y a los gentiles.

Para ellos, la fecha exacta del nacimiento no era una prioridad. Lo importante era consolidar la Iglesia que Él había fundado y celebrar su resurrección de entre los muertos, lo cual convertía a Jesucristo, en el verdadero Mesías.

Cuando murió Jesús, sus discípulos hicieron lo que otros, en esas mismas circunstancias, ya habían hecho: formaron una comuna unida en la fe en Cristo y en la observancia de las leyes mosaicas. Este grupo primitivo –a quienes algunos autores, como Jacques Duquesne, llaman cristianos-judíos, porque todavía no habían roto con la tradición rabínica-, formaba una sólida hermandad. Se ayudaban entre ellos; se despojaban de todos sus bienes y riquezas privadas, en beneficio de todos y practicaban la caridad.

Ya se sabe que fueron muy perseguidos por los sacerdotes del templo judío y por los romanos. No obstante lo cual, consiguieron no sólo permanecer unidos sino también crecer y expandirse dentro y fuera de Jerusalén.

Es entonces, cuando aparece San Pablo, uno de los hombres más lúcidos de la cristiandad. El relato bíblico dice que era un judío de Tarso, cuyo nombre de nacimiento era Saulo. Al principio fue un tenaz opositor a los seguidores de Cristo, a quienes denostó y combatió ferozmente. Pero un día, mientras iba camino a Damasco en persecución de un grupo de cristianos, Jesús se le manifestó y obró en él un milagro. No sólo le cambió el nombre –de Saulo a Pablo-, sino que lo convirtió en uno de sus más formidables adeptos.

Fue este converso quien habría de llevar la palabra de Cristo a los gentiles. Tal vez haya sido Pablo el primero en comprender, en toda su dimensión, que el mensaje cristiano era único y divino. Por eso se empeñó en destacar que Jesús había muerto en la cruz por todos y que había resucitado para redimir a todos, judíos y gentiles (es decir, judíos y no judíos).

La Iglesia de Jerusalén –presumiblemente gobernada entonces por Santiago, a quien llamaban "el hermano del Señor", aunque no está probado su parentesco de sangre con Jesús –insistía en que no solamente era necesario tener fe para ser cristiano, sino que además había que cumplir las leyes.

Estas leyes, claro, eran las 631 observancias que debían respetar los judíos. Las más importantes estaban relacionadas con los alimentos puros e impuros y con la circuncisión, mediante la cual Yahvé había establecido su alianza con el pueblo de Moisés.

La diferencia, sobre todo en aquel tiempo, era demasiado dramática. Si se aceptaba que lo más importante eran las leyes –difíciles de cumplir aún para los más ortodoxos-, las enseñanzas de Cristo, pensó Pablo, se convertían en una simple "escuela", una más entre las muchas escuelas judías que ya existían. En cambio si se consideraba que el arrepentimiento, la castidad y la fe debían ponerse en primer lugar, la palabra de Jesucristo podía ser mejor asimilada por los gentiles, a quienes la circuncisión causaba "repugnancia".

Es indudable que Pablo pensaba en una religión universal, que traspasara los estrechos límites del judaísmo palestino. De hecho, católico es una palabra griega (katólicos) que significa, precisamente, "universal".

En el año 49 d.C. Pablo viajó desde Antioquia para participar del Concilio de Jerusalén, en el cual se iba a discutir el trascendental tema de la circuncisión. Como se puede apreciar, no había demasiado lugar entonces, para pensar en nacimientos y natividades. Los herederos de Judas de Galilea, luchaban aún en las montañas y los sacerdotes del templo judío no cesaban de combatir a los cristianos.

Con el apoyo del apóstol Pedro, Pablo consiguió que los santos padres conciliares permitieran a los gentiles convertirse al cristianismo sin pasar por la circuncisión, que únicamente quedaba reservada para los judíos. Fue una solución de compromiso. De todos modos, la simiente de Pablo fue creciendo y se afianzó tras su muerte ocurrida en Roma, al lado de Pedro.

También el martirologio de Santiago, apuró la separación de los cristianos de los judíos. Pablo había dicho, en su Epístola a los romanos (10:4), que el fin último de la ley era Cristo, para concluir recomendándoles (16:17) que se fijaran bien en los que causaban divisiones y tropiezos y que se apartaran de ellos.

El propósito de Pablo era el de separar el cristianismo del irredentismo militar judío. Para los griegos y demás gentiles, la rebelión judía contra los romanos no significaba nada. Jesús, según Pablo,  nunca había sido un mesías militar al estilo de Judas de Galilea.: era Dios mismo. Como judío de la diáspora, no se oponía a los romanos. Al contrario, su actitud hacia ellos era más bien conciliadora. El reino de Jesús, después de todo, no era de este mundo y podía convivir con el de César.

Cuando Jerusalén fue finalmente destruida por los romanos y la fe cristiano-judía aniquilada, el cristianismo pudo crecer aceleradamente en forma separada. Sobre todo entre los judíos de la diáspora, que poco a poco fueron adoptando la teología de Pablo y llegando a múltiples acuerdos con las autoridades romanas. Sólo en Roma eso fue imposible hasta la muerte de Diocleciano, que fue el máximo enemigo de los cristianos.

En el año 330 d.C., en emperador Constantino tuvo una visión cuando estaba a punto de ser vencido por sus enemigos. Un ángel, mientras dormía, le entregó una cruz con una inscripción que decía: "con este signo vencerás".  A la mañana siguiente hizo pintar cruces en los escudos de sus soldados y las fuerzas rivales, al verlas, huyeron aterrorizadas. Desde ese momento, el emperador se convirtió y el cristianismo fue la religión oficial del Estado. Entonces sí hubo espacio como para que el monje Dionisio hiciera sus cuentas.

En realidad, Juan I, que fue quien encargó a Dionisio establecer el año preciso en que había nacido Jesús, era el de fijar mejor y más fácilmente la época de la Pascua. Hasta ese momento, las Iglesias de Oriente y de Occidente, usaban para ese fin tablas diferentes y muy complicadas, basadas unas en ciclos de 95 años y otras en períodos de 532 años, como la preparada en Aquitania, por el papa Hilario. Resultado: las Pascuas se celebraban en cualquier fecha, cuando los obispos querían.

Cuando Dionisio empezó su trabajo, aún se usaba el calendario juliano, establecido por Julio César, que contaba los días a partir de la fundación de Roma. Por el Evangelio de Lucas (3:23), el monje supo que Jesús empezó su ministerio a los 30 años de edad. ¿Pero en qué año?

Unos versículos antes (3:1), Lucas señala: "En el año 15 del gobierno de Tiberio César". Eso coincidía con el año 783 de la fundación de Roma. A esa cifra, Dionisio le restó 30 años (la edad de Cristo) y obtuvo que Jesús había nacido en el año 753. Para ubicar a Jesucristo en el comienzo de una nueva era, el año 754 tenía que pasar a ser el año 1, el 755 el año 2 y así sucesivamente. A cada número, Dionisio le agregó las siglas "d.C.", es decir "después de Cristo", y a los años anteriores al nacimiento de Cristo "a.C.", es decir, "antes de Cristo".

La idea de este monje, que hizo todos sus cálculos en el año 525 de la nueva Era Cristiana, tuvo gran éxito y enseguida fue adoptada en Roma. En Inglaterra se la aceptó un siglo después. En Aragón en el año 1350 y en Castilla en 1383. Portugal la usó sólo  a partir del año 1422. Pero después se supo que Dionisio se había equivocado. Mateo (2:1) dice que Jesús "vino al mundo en tiempos del rey Herodes", y como se sabe que Herodes murió en el año 4 a.C., Jesús debe haber nacido por lo menos 4 años antes de lo que dice Dionisio.

Herodes, a quien le habían pronosticado que un niño nacido en Belén ocuparía su trono, ordenó matar a todos los pequeños menores de 2 años (Mateo 2:16). Esto lleva a pensar que Jesús –que fue llevado a Egipto por sus padres para huir de la matanza- tenía, en ese momento, entre un año y un año y medio.

El mismo Evangelio de Mateo (2:11) señala que cuando llegaron los magos, hallaron al Niño viviendo en la "casa" y no en la gruta en la que había nacido. Eso quiere decir que estaban ya a finales del año 7 a.C., que puede ser considerado el año de nacimiento de Jesús.

Al comenzar su vida pública tenía, entonces, 34 años y cuando murió tenía 40 años. Si eso fuese exacto, la humanidad no estaría ahora viviendo a finales del año 2004, sino a finales del 2011. Con el mismo razonamiento, se puede decir que la Primera Guerra Mundial no comenzó el 1914 sino en el año 1921; que Cristóbal Colón descubrió América en 1499 y que la Revolución de Mayo no fue en 1810 sino en 1817.

Todo esto, por supuesto, es muy relativo. El mismo Dionisio no le dio demasiado importancia a su invento y siguió fechando sus cartas con el viejo sistema, que tenía en cuenta el año de la fundación de Roma. Muchos años después de su desaparición, los cronologistas se pusieron de acuerdo en fijar que no había año cero entre el año 1 a.C. y el año 1 d.C., con lo cual, terminaron con una serie de discusiones.

Además, un nuevo calendario, el gregoriano, más preciso, vino a reemplazar al juliano usado por el monje Dionisio, con lo cual ya no se sabe muy bien cuando comenzó la Era Cristiana, pero igual muchos países  y grupos religiosos, siguen apegados a otras formas de fechar los acontecimientos.

Para 22 millones de judíos, por ejemplo, estamos en el año 5765. Para 900 millones de musulmanes estamos en el año 1425. Sin embargo, a otros musulmanes –los persas de Irán-, el calendario les marca el año 1384. Millones de personas de la India viven en el año 2062 y los sintoístas japoneses aseguran que estamos en el año 2664. Los chinos partidarios  de Confucio están en el 2555 y una numerosa secta japonesa, dice que el mundo entró al año 60, en el pasado mes de agosto; es que cuentan sus días a partir del fatídico estallido de la bomba atómica sobre Hiroshima, un acontecimiento que, para ellos, divide la historia en un antes y un después.


Por lo tanto, la Navidad fue desde siempre muy discutida. La Iglesia hizo coincidir la celebración de la Navidad, con una fiesta pagana que celebraban los romanos en homenaje al Sol.

El 25 de diciembre se festeja el nacimiento de Jesús. ¿Nació Jesús realmente en ese día?. San Hipólito afirmó que fue, efectivamente, en el octavo día de las calendas de enero (25 de diciembre). Clemente de Alejandría, en cambio, calculó que el Niño vio la luz de este mundo el 25 del mes egipcio de pachón, es decir, el 29 de mayo. Una obra atribuida a San Cipriano asegura que se hizo carne el 28 de marzo. Son todas fechas simbólicas.

Lo que parece cierto, es que la Iglesia primitiva eligió el 25 de diciembre para hacer coincidir la Navidad con las muy populares festividades romanas en celebración del Sol, que se llevaban a cabo en ese día con gran jolgorio y alegría. Lo hizo para aumentar el fervor al cristianismo y por otro lado, apagar una festividad romana pagana.

De todas formas, la celebración se hace antes de año nuevo, una incongruencia. La narración evangélica que hace pasar la Nochebuena a los pastores en el campo, al aire libre, no parece razonable: el frío, en esa época del año, es demasiado intenso en las afueras de Belén.



LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS.

Según algunos, significa la unión de tres grandes culturas: la oriental, la judía y la egipcia.

Es en el Evangelio de Mateo donde se cuenta la bella historia de los tres magos que llegaron de Oriente para dorar a Jesucristo. Una tradición del siglo VI la completó, dándoles nombres (Melchor, Gaspar y Baltasar) y agregando que uno de ellos era negro.

El relato bíblico, sin embargo, es poco creíble –demasiado ingenuo- y los exegetas han entendido que se trata de una parábola mediante la cual el evangelista dice que con el nacimiento de Jesús, tres grandes civilizaciones (la de Oriente, la de Israel y la de Egipto) quedaban unidas.

La idea que una estrella los guió hasta Belén coincide con los antiguos relatos que afirman que también una estrella anunció el nacimiento de Alejandro, lo mismo que el de Augusto e incluso el de Abraham. Los chinos vieron una estrella cuando nació Buda y algo similar pasó cuando apareció Krishna en la India.

Pero Mateo, al enumerar los regalos de los magos al Niño Jesús, señala que Jesucristo es diferente y único. El símbolo es muy claro: oro, por ser el rey; incienso por ser Dios y mirra, la sustancia con que se ungía a los muertos en espera de su resurrección. Además no eran reyes, como dice la leyenda, sino astrólogos, posiblemente caldeos, expertos en augurios que llegaron a Belén para confirmar las profecías.

ANTERIOR VOLVER AL INDICE SIGUIENTE